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Editorial de la Universidad Tecnológica Nacional U.T.N. - Argentina |
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PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Locutor: Vamos a dar comienzo a este acto del Centro Argentino de Ingenieros en el que se presentará el libro EL DESAFIO TECNOLOGÍCO EN EL MUNDO GLOBALIZADO. Nos acompañan en el estrado el Dr. Guillermo Jaim Etcheverry, el Dr.Santiago Kovadloff, el Ing. Eitel Lauría, el Dr. Víctor Massuh y el Ing. Conrado Bauer.
Seguidamente el Ing. Ricardo Marelli, vicepresidente del Centro Argentino
de Ingenieros, leerá unas palabras enviadas por el Ing. Roberto
Echarte.
Ing. R. Marelli Tengo la misión de reemplazar en este momento al Ing. Echarte
que lamentablemente por razones de salud no ha podido estar presente, pese
a que deseaba fervientemente poder hacerlo; tanto que había preparado
con anticipación su disertación para iniciar el acto. Voy
a leer sus palabras, con las que me solidarizo desde ya, y lo voy a hacer
de la mejor manera posible lamentando que no sea él quien las diga
personalmente:
Discurso de apertura del Ing. R. Echarte: Y Dios creó al hombre a su Imagen, lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer y los bendijo, diciéndoles “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla”. Al dar Dios semejante mandato estaba indicando con sencillez la misión del hombre cual es trabajar y trabajar para someter la tierra, para adaptarla a las necesidades humanas, lo que supone el uso de las herramientas necesarias, obra futura de la inteligencia y la voluntad de los responsables. El IV Congreso de Políticas de la Ingeniería desarrollado en 1998 en la ciudad de Buenos Aires y organizado por el Centro Argentino de Ingenieros fue el ámbito propicio para desglosar estas inquietudes que suponen un compromiso existencial. Rondaba en la cabeza de muchos aquellas inteligentes expresiones de Ortega y Gasset en su “Meditación de la Técnica”: “Vean pues los ingenieros cómo para ser ingeniero no basta con ser ingeniero, es preciso estar alerta y salir del propio oficio, otear bien el paisaje de la vida que es siempre total. La facultad suprema para vivir no la da ningún oficio ni ninguna ciencia, es la sinopsis de todos los oficios y de todas las ciencias. La vida humana y todo en ella es un constante y absoluto riesgo”. Estos pensamientos que fueron expuestos hace más de setenta años tienen hoy una rigurosa actualidad cuando estamos frente a un fenomenal desarrollo de las comunicaciones, gracias al avance de la electrónica, que contribuye al dominio y conocimiento del espacio, la búsqueda de la conquista terrestre y la acumulación de información que da origen a nuevas aplicaciones de los ingenios creados. Todo lo anterior requiere de importantes medios económicos que sólo pueden disponer quienes los poseen. A su vez la disposición de los descubrimientos y creaciones genera recursos que aumentan las diferencias entre los autores de las iniciativas y quienes reciben los beneficios. Todos estos avances alteraron fuertemente las relaciones entre las comunidades y disolvieron la confrontación ideológica entre los dos bloques hegemónicos de naciones a favor de un solo polo de poder, y como tal, hegemónico. Además de la difusión del avance tecnológico se ha producido la difusión de las pautas culturales y los intereses de los grandes actores. Las sociedades han ido cambiando sus valores fundamentales en búsqueda quizás de nuevos equilibrios, aunque efímeros por la velocidad de los cambios. Las sociedades periféricas como la nuestra buscan la mejor forma de adaptación a circunstancias que avanzan y no consultan, por eso hemos dicho que el futuro no espera. Ante esta realidad los ciudadanos que perciben los hechos y se sienten solidarios con la situación de su país no pueden marginarse de impulsar aquellas acciones que permitan intentar colocarlos en el mejor lugar posible para alcanzar niveles superiores. Por todo esto hemos organizado estas reuniones sobre el Desafío tecnológico en el Mundo Globalizado procurando una visión humanística y técnica para un futuro argentino. Las reuniones, realizadas en 2003, abarcaron los temas “Tecnología y desarrollo sostenible”, “El desafío tecnológico”, “La visión ética” y una mesa redonda de síntesis final de ideas y propuestas. La calidad y profundidad de las exposiciones a cargo de Ernesto Bendiger, Ricardo Crespo, Tulio Del Bono, Ricardo Jaim Etcheverry, Lucio Florio, Eitel Lauria, José Ignacio López, Mario Mariscotti, Víctor Massuh, Guillermo Ranea y Juan José Sanguineti fueron seguidas por gran cantidad de público en esta sala. Semejante esfuerzo merecía que se dejara constancia escrita como una contribución seria al pensamiento argentino. Este libro que hoy presentemos reúne además de las exposiciones
de aquellas jornadas un anexo que fue el origen de nuestros empeños:
las disertaciones de 1998 sobre “La tecnología y el hombre”. Desde
esa fecha se comenzó a elaborar la idea que se concretó en
agosto del 2003, siendo motores de esta realización el Ing. Mario
d’Ormea y el Ing.Conrado Bauer, junto con el Dr. Víctor Massuh y
el padre Juan José Sanguineti, quien periódicamente visita
nuestro país. Me felicito por haber delegado en estos consocios
la concreción de este proyecto, no podría haber sido más
acertado. Mario d’Ormea tiene una vocación especial para estimular
iniciativas, seguirlas, supervisarlas, hacer que sean imprescindibles,
tiene una gran capacidad de gestión y un juvenil entusiasmo.
Conrado Bauer es un inquieto, atento a todas las manifestaciones del espíritu
que su fina sensibilidad capta. Dotado de una férrea voluntad y
una gran capacidad de ejecución demostrada en toda su actuación
profesional pública como privada, pero además no deja sin
concretar nada de lo que se propone, lo sigue hasta en sus últimos
detalles. Él propuso oradores, los contactó, los motivó,
los comprometió, logró los textos escritos y los resúmenes.
Él logró concretar la edición mediante un reconocido
esfuerzo.
Agradecemos muy especialmente a la Secretaria de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, al Instituto Tecnológico de Buenos Aires, a las Universidades del Salvador, de Bologna, Austral, Nacional de Luján, de Morón, Favaloro y de Belgrano por haber auspiciado nuestras jornadas. Queremos expresar en particular nuestro reconocimiento a los Consejos Profesionales de Ingeniería Civil, Ingeniería Industrial e Ingeniería Mecánica y Electricista y a los numerosos colegas que contribuyeron a hacer viable esta edición con sus generosas compras anticipadas de ejemplares del libro. Merece nuestra especial agradecimiento el Dr. Daniel Sabsay por su conceptuoso prólogo lo cual supone el esfuerzo de la lectura atenta del texto. Bartolomé De Vedia por su parte nos ha honrado con la valiosa apreciación global de la que extractamos por su poder de síntesis: “Se trata de un libro que nos involucra a todos porque se trata en definitiva de nuestro destino como Nación, de nuestra futura calidad de vida, de nuestro compromiso con el tiempo que vendrá”. Finalmente el artista Gyula Kosice nos cedió con toda generosidad el diseño de la tapa de nuestro libro con su composición de homenaje a Nicholas Negroponte, importante autoridad en informática a nivel mundial. Por todo ello a todos los mencionados, a los distinguidos oradores que
presentarán y comentarán el libro y al público que
nos acompaña: ¡Muchas gracias!.
Ing. C. Bauer Solamente dos palabras para decir que el Ing. Echarte realmente había tomado con mucho entusiasmo esta reunión y pensaba coordinarla. Nos ha pedido al Ing. Marelli y a mí que lo reemplacemos en esta ocasión. Lamentamos mucho su ausencia y confiamos en que pronto volverá a estar con nosotros trabajando. Como miembro del equipo de edición junto con el Ing. d’Ormea, quiero decir que asumimos nuestra tarea con la gran preocupación de que el libro tuviera una jerarquía acorde con la de los oradores que habían participado de las reuniones que le dieron origen. Cuando hace ya casi dos años, en agosto de 2002, empezamos a hablar de la posibilidad de concretar un encuentro sobre el desafío tecnológico y discutimos su temario, el Dr. Sanguineti fue quien sugirió que sería bueno hacer un libro que reflejara su desarrollo, dándole así la máxima difusión En aquel momento pensábamos en un libro modesto, pero afortunadamente, por los oradores que participaron de la reunión y por las cosas que se dijeron, el texto resultó realmente una contribución muy valiosa para la discusión y el pensamiento, en nuestro país, de dos temas que evidentemente hoy son de gran actualidad: la Tecnología y la Globalización. Por eso estamos contentos habiendo podido concretar ese propósito inicial exigiéndonos el máximo esfuerzo para que la calidad del libro fuese digna de su contenido. Esa intención fue consolidada con la incorporación del prólogo del Dr. Sabsay, de la imagen que nos facilitó Gyula Kosice para componer la tapa y de los textos de la contratapa que redactó Bartolomé De Vedia, así como con la calidad del diseño gráfico y la impresión. Queremos también mantener ese alto nivel para la venta del libro, que se hará a través de tres organizaciones que están a la cabeza en tal sentido, me refiero a EUDEBA y las librerías Cúspide y Yenny. Esta primera edición ha sido de mil ejemplares y creemos importante que en una probable segunda edición incorporemos también lo que se diga esta noche. Por otra parte, como coeditor, quiero pedir disculpas a los autores por errores u omisiones que se hayan cometido, y solicitarles colaboración para no repetirlos en esa segunda edición que desearíamos concretar en el futuro. Agradecemos profundamente a todos los presentes por su asistencia y
a quienes nos van a honrar con su palabra, por su generosidad al acompañarnos
para efectuar la presentación del libro.
Dr. G. Jaim Etcheverry Quiero agradecer esta nueva oportunidad de visitar esta casa amiga que siempre me ha recibido con tanto afecto y tanto respeto. Para mí es una satisfacción volver a encontrarme esta noche aquí. Quisiera en primer lugar felicitar al Centro Argentino de Ingenieros por la feliz iniciativa de convocar a las personas que se dedicaron a analizar un tema de tanta trascendencia no sólo para la Argentina sino que yo creo que es un tema de gran trascendencia para nuestra cultura, para nuestra civilización que está enfrentada a este desafío del manejo de la técnica y de los grandes poderes que ella confiere y también la feliz iniciativa de recoger esas presentaciones que se hicieron aquí durante aquellos días del año pasado, de recogerlas en este libro que de alguna manera le da la permanencia que permite que gente que no ha estado aquí pueda reflexionar sobre las cosas tan interesantes y tan trascendentales que se dijeron en esa ocasión. Creo que es muy oportuno el tratamiento de este tema precisamente porque los grandes poderes que ha desarrollado el ser humano especialmente en este último siglo me parece que nos enfrentan a una serie de decisiones muy importantes en cuanto al uso de esos poderes. La coexistencia del beneficio y el riesgo que ha sido tantas veces planteada y vuelve tantas veces a lo largo del libro me parece que es uno de los temas centrales aún no resueltos en la reflexión acerca de la técnica. Me parece que esas palabras que se citaron, que se han leído, de la opinión del Ing. Echarte, las palabras de Ortega y Gasset me parece que resumen muy bien ese dilema cuando plantea la necesidad de la persona integral para enfrentar los problemas o los desafíos que plantea la técnica, por eso decía que ser ingeniero no basta para ser ingeniero y me parece que eso se puede aplicar a cualquiera de las actividades del ser humano. Para ser cualquier cosa hace falta ser esencialmente persona, y me parece que la construcción de esa persona es uno de los objetivos trascedentales a los que deberíamos apuntar. Para ello uno de los temas centrales pasa en los próximos años por ubicar el conocimiento científico y tecnológico en un lugar destacado de nuestra educación. Creo que estamos en deuda con ese tema, me parece que tenemos que hacer un esfuerzo para volver a entusiasmar a nuestros jóvenes con la idea o el conocimiento de la técnica y de la ciencia. Vivimos afirmando que nos encontramos en un siglo que es de la ciencia y de la tecnología pero sin embargo a eso no lo acompañamos con el esfuerzo educativo necesario para preparar a los jóvenes para que enfrenten ese desafío. Creo haber comentado cuando hablé en el marco de este encuentro, haber señalado que las evaluaciones de calidad educativa que se han realizado en el país han investigado reiteradamente el conocimiento en lengua y matemática y que los rendimientos de los jóvenes argentinos no han sido todo lo feliz que cabría esperar. De eso tenemos manifestaciones cotidianas. Pero lo que más llama la atención es que cuando se investigó el conocimiento de esos jóvenes en distintos campos científicos los resultados fueron tan desalentadores que no se dieron a conocer. Las autoridades educativas optaron por ni siquiera plantear el grado de desconocimiento que había en torno de las cuestiones científicas, de modo que me parece que si en algo debiéramos poner nuestro entusiasmo es en volver a impulsar la enseñanza de la ciencia en nuestras escuelas, en todos los niveles de nuestra educación. Nuestros chicos y nuestros jóvenes siguen tan interesados como siempre, el problema es que nosotros de alguna manera nos hemos retirado de la responsabilidad de introducirlos en ese mundo de conocimiento al que parecería ser que hoy no prestamos en los hechos la atención que decimos con las palabras. Por eso si la Argentina quiere ubicarse en el futuro en un contexto que le permita competir internacionalmente en el campo del conocimiento va a tener que hacer un esfuerzo fundacional en el terreno educativo, creo que eso no debemos perderlo de vista porque la potencia del país va a estar esencialmente puesta en la capacidad de su gente. Es esa la principal inversión. Antes de comenzar este encuentro hablábamos de la descapitalización argentina que no solamente se ve en las máquinas y en las industrias sino que también se ve en las personas. La calidad, el capital cultural de las nuevas generaciones argentinas está por debajo de generaciones que las precedieron y eso creo que es un tema que debería preocuparnos mucho más que lo que lo hace habitualmente. Por eso yo creo que es importante llamar permanentemente la atención en nuestra sociedad sobre la trascendencia que tiene la ciencia y la técnica para su desarrollo, eso es algo que la Argentina todavía no lo comprende, la sociedad argentina todavía no ha incorporado esta idea de que el conocimiento científico y el desarrollo, que es consecuencia de ese conocimiento, es esencial para el bienestar. Pareciera ser que basta con comprar o adaptar tecnología venida de otras partes y no hacer un esfuerzo de creación original en ese campo. Eso es una conducta errónea. Deberíamos hacer una apelación fundamentalmente a los poderes públicos, a la clase dirigente argentina, para que comprenda la trascendencia que tiene la inversión puesta en la formación de nuestra gente en el campo científico y tecnológico. Yo soy moderadamente optimista, creo que hay ciertos signos que señalan que hay algún interés por estos campos, pequeños, débiles todavía, pero me parecen importantes, ya que están marcando que por lo menos ese tema preocupa a alguien, aunque muchas veces en que nos hemos dedicado a estas cuestiones tanto de la educación como de la ciencia percibimos que estábamos en una actividad que a nadie le importaba. Por eso me parece que debemos dar esos signos y eso también es muy importante para los jóvenes, los jóvenes deben ver que al país le interesa este tipo de actividad. Si no hacemos ese esfuerzo vamos a comprometer seriamente nuestro futuro. Creo que nuestras nuevas generaciones merecen ser puestas en posesión de esa rica herencia de todo lo que el ser humano ha acumulado durante su historia. Por eso creo que el libro plantea muchos temas vinculados con el impacto de la ciencia en la sociedad, la significación de la ciencia en el mundo globalizado como señala su título, pero yo quería en estas breves palabras señalar la importancia que tiene hacer el esfuerzo de la construcción de la relevancia de la ciencia en la sociedad, construcción que se da en la mente de la gente y no hay nada mejor que la educación para llevar adelante esa construcción. He mencionado en alguna ocasión que en general se señala que la universidad es un lugar central para la construcción del conocimiento científico. Sin embargo en un estudio de opinión pública que hicimos hace algunos años preguntándole a la población en general cuáles eran las funciones de la universidad, solamente el cinco por ciento de los que respondieron a la encuesta señalaban que la creación del conocimiento, la investigación científica, eran funciones de la universidad. Más grave aún es que dentro de esa muestra, si uno extraía a los graduados o estudiantes universitarios, sólo el siete por ciento mencionaba que la investigación científica era función de la universidad. Vale decir que ni siquiera quienes pasan por las aulas universitarias las dejan con la convicción de que la creación del conocimiento es una de las funciones centrales de la institución universitaria. Me parece que eso es preocupante y es un llamado de atención a todos los que tenemos una responsabilidad en ese campo. Por eso creo que el esfuerzo, el desafío del futuro, es volver
a señalar, a instalar en nuestra sociedad la dimensión o
importancia de las ciencias, sin olvidar que la ciencia ejercida responsablemente
exige también que quienes la practiquen, quienes la enseñen,
quienes la evalúen, quienes la incorporen, sean personas lo más
completas posibles. Durante mi participación en la reunión
yo cité una frase que está en el libro publicado y que fue
tomada de Gracián, que dice: “ciencia sin conciencia locura
doble” y me parece que sigue siendo una frase que se aplica todavía
hoy. Me parece que es importante desarrollar la ciencia y también
desarrollar la conciencia de nuestra gente.
Dr. S. Kovadloff Es cierto, Ortega es infaltable en una mesa que intenta considerar el significado de la técnica por lo menos en el orden de la cultura de lengua castellana, pero no nos olvidemos de algo. La frase citada por Ortega viene de un libro del año 39. Quien verdaderamente lo inspiró a Ortega, y ciertamente lo inspiró, fue Albert Einstein. En 1927 Einstein escribió esto: “la verdadera estirpe de un físico no la prueba el hecho que se interese por el conocimiento de las leyes sino el hecho de que manifieste perplejidad porque las hay”. La reflexión de Einstein enfatiza algo que para nosotros sigue siendo fundamental: la perplejidad ante la existencia de las leyes no es cifrable: el que las haya es un resultado del todo imposible de inscribir en el campo de la matematizacion. La ventaja de reconocerlo consiste en que permite valorar lo que puede ser mensurable e inscribir en el campo de la capacitación racional lo que Poper llama los atributos de la razón, que son aquéllos que se orientan hacia la aceptación de su excedente, lo que excede a la razón solo la razón lo puede hacer evidente. Vieja reflexión por lo demás de Santo Tomas de Aquino. Me parece que, a modo de acápite simbólico de las consideraciones que quisiera hacer, recordar esta sentencia de Einstein, advertir el provechoso destino que corrió en el pensamiento de Ortega, nos coloca ante una deuda, son dos propuestas que nos remiten a una deuda, podemos resumirla en una pregunta: “¿sabemos pensar?”. El libro que hoy estamos celebrando es un libro que merece nuestro entusiasmo al menos por tres razones: En primer lugar es una obra generosa. Creo que esto es importante decirlo porque contribuye a intentar modificar una situación que podríamos caracterizar así: la Argentina es un país que se encuentra en muchos aspectos esenciales aún más cerca del siglo XIX que del siglo XXI. Mientras no comprendamos que la mayor parte de los problemas que recién reseñaba Jaim Etcheverry provienen de nuestra falta de contemporaneidad es probable que no entendamos en que consiste la palabra clave del título de esta obra: desafío. El desafío primordial al que este libro convoca, y de allí su inmensa generosidad, es el de saber si podemos aprender a ser contemporáneos, no coetáneos sino contemporáneos, de la época en que nos toca vivir. La coetaneidad es una fatalidad biológica, nadie puede jactarse de haber nacido en 1964 y decir que es un hombre o una mujer del siglo XX. La contemporaneidad es un atributo del espíritu que nace de la posibilidad de convertir en materia de nuestra más honda intimidad aquello que conforma el repertorio de dilemas de nuestro tiempo. Hay en esta obra entonces un segundo atributo que creo que merece ser subrayado, el esfuerzo por ser una obra contemporánea. Digo esfuerzo, el empeño puesto en intentar que los riesgos corridos por la razón en la aventura de la reflexión, desplegada por este libro, se acoplen al descubrimiento de lo impostergable. Era Ortega el que decía que las naciones que no digieren su pasado terminan devoradas por él. La deuda que nosotros tenemos con el pasado no sólo abarca la extensión del ámbito de la justicia sobre las iniquidades que hemos padecido en un pasado reciente, no sólo remite a la necesidad de que la justicia eche luz sobre lo que tratamos de alguna manera de subestimar por falta de conocimiento, o de renegar por falta de equitatividad al juzgar maniqueamente lo que ha ocurrido en este país. La deuda con el pasado es deuda con la ciencia también, la ciencia en este país se vio en muchos aspectos abortada. Lo más vergonzoso de nuestro pasado científico es que fue grande, que supo ser contemporáneo, que supo diseñar la Argentina como un proyecto de identidad nacional en el ámbito de la cultura y no solamente en el ámbito de una especialidad. Tenemos una deuda con el pasado que involucra también la posibilidad de recordar quiénes han desaparecido en la Argentina junto a lo que tradicionalmente entendemos por desaparecidos: los hombres de ciencia, marginados por la indiferencia, por el padecimiento, por la subestimación del pensamiento; también ellos han sido desaparecidos. Este libro contribuye entonces a que podamos preguntarnos por el porvenir de una nación que solamente tiende a concebir como urgente lo que es coyunturalmente significativo. La mera actualidad nos habla de un hombre primitivo. El rasgo distintivo de la conducta del hombre primitivo es que está atrapado en la mera actualidad, en la hegemonía del instante, no tiene don de proyección, es incapaz de mediación, es incapaz de concebir un largo plazo. Las naciones languidecen cuando quedan atrapadas en la coyuntura. La ciencia es imposible donde el tiempo no es tiempo de espera. La ciencia prospera donde la paciencia se despliega. La paciencia es tiempo de meditación. Hacer ciencia significa reconciliarse con el tiempo como instancia de espera, de búsqueda, de convocatoria, de plegaria, de infinita perseverancia en el error. Son valores que necesitamos recuperar no solamente para que la Argentina, como suele decirse, se transforme en una sociedad con capacidad de inserción en el mercado mundial a partir del papel que está llamado a cumplir el conocimiento. No, o aprendemos a hacer tiempo o no seremos humanos. Y la ciencia enseña a hacer tiempo, a construir con el tiempo, a construirse con el tiempo, y a infundirle al tiempo el valor de una expresión de la subjetividad. Creo que vale la pena recordarlo porque sigue siendo cierto entonces que las naciones que no digieren su pasado terminan devoradas por él. Este libro es una advertencia también, una cordial advertencia pero al mismo tiempo una severa advertencia. Muchas son las citas que de él podrían hacerse pero si hay una que para mí es paradigmática por la exigencia que implica, es la convocatoria del texto de Víctor Massuh a que no nos olvidemos de la sabiduría que es el inspirado don de administrar espiritualmente el conocimiento. Es imprescindible que aprendamos a capitalizar, a cosechar los frutos de nuestros fracasos, los fracasos no debieran avergonzarnos a menos que no los podamos capitalizar. Quien no tenga cicatrices que levante la mano, y las naciones todas las tienen. También me parece que a la luz de esto es necesario hacer una mínima reflexión impuesta por las circunstancias que hoy vive el mundo. Ortega y Gasset también era el que decía que el hombre primitivo tiene en sus manos la técnica. ¿A qué llamaba el primitivismo? A la indiferencia ante las condiciones de posibilidad de conocimiento científico. Dice Ortega: "nos valemos de la electricidad, del vuelo de los aviones, de los teléfonos y de la radio como si fueran frutos de la naturaleza”. Allá están, uno va y prende la luz, sube al avión e ignora cómo es posible volar, desconoce cómo es posible escuchar una voz que nos habla desde cuatro mil kilómetros de distancia o más, las cosas están ahí y uno las recoge envuelto en su piel. El hacha de nuestro tiempo se llama celular. Vamos yendo y cosechando lo que hay; consumismo, enajenación, pongámosle el nombre que queramos pero la advertencia está allí. Hoy, hay una nueva forma de relación del hombre con la técnica en términos de barbarie y a ninguno de nosotros se nos escapa su idiosincrasia. Los primitivos de hoy no ignoran el conocimiento, disponen de él perfectamente y se arrojan con un avión contra un par de torres, vuelan una estación o se valen de la metralla para barrer diez mil personas en un día en Irak, saben de tecnología, no desconocen la tecnología, disponen de ella, son expertos, ¿serán humanos? Conocen todo, cómo se maneja todo lo que hace falta tener para hacer de la vida de un hombre un proyectil. Frente a esto: la conversión del hombre primitivo de los tiempos de Ortega, un hombre indiferente al conocimiento, a un hombre que hoy se vale del conocimiento para ponerlo al servicio de la barbarie, corresponde que nosotros hagamos una reflexión por lo menos sucinta en torno a cuatro dilemas fundamentales de nuestra época: El primero de ellos es el que atañe a la naturaleza. Durante centenares de miles de años los hombres pugnaron por abrirse un espacio en la naturaleza, hoy en día es preciso luchar para abrir a la naturaleza un lugar en el mundo del hombre. Hemos descubierto su agonía y no sólo hemos descubierto su agonía sino que hemos descubierto que su agonía es la nuestra, que el hombre es todo aquello que lo excede, que la piel de un cuerpo no se extingue allí hasta donde mi mano alcanza sino que abarca todo lo que está más allá de ella, que yo soy lo otro, aquello que no soy. Que la salud del otro es la mía. Vieja verdad heraclitia, 2500 años atrás, uno es todo, alguna vez lo supimos, lo podremos reaprender?. La naturaleza es hoy uno de los dilemas fundamentales de nuestro tiempo, la hemos expoliado, la hemos convertido en un basural, hemos hecho de ella un objeto de trato prostibulario, mientras y al mismo tiempo hemos ido conociendo. La extinción de nuestra especie me temo no provendrá de una bomba que vuele el planeta, provendrá de la extinción de la subjetividad, de los hombres que sobrevivirán durando, no sé si viviendo. Pero para que puedan vivir es necesario que se espiritualicen otra vez. El dilema de la naturaleza es impostergable y atañe a nuestra intimidad. La segunda cuestión fundamental es la del progreso. Durante mucho tiempo se creyó que el progreso era simplemente la posibilidad de extinguir la ignorancia; hoy sabemos gracias en buena medida a la ciencia físico-matemática, a la astronomía y de modo general a la ciencia, que progresar es descubrir nuevos enigmas, que si la resolución de un conflicto no va de la mano con la producción de un nuevo conflicto no hay progreso. Progresar es instalarse en un nuevo campo problemático, las naciones que se desarrollan, las naciones verdaderamente interesantes, son las que generan dilemas inéditos, las otras tienen problemas graves y no interesantes, pero lo propio del progreso es producir incógnitas mediante la solución de conflictos que hasta ese momento parecían constituir una barrera. Quien accede a la luz accede a la oscuridad y quien accede a la penumbra se llama Rembrandt. El tercer dilema que creo que vale la pena aunque sea para esbozarlo aquí tiene que ver con el conocimiento y este libro contribuye a que lo advirtamos también. Nos encontramos en una situación inversa a la de la Alta Edad Media. En la Alta Edad Media el panorama era el siguiente: una profunda fragmentación geopolítica y un esfuerzo de unidad cosmovisional dictado por el pensamiento judeocristiano, una tentativa de paliar la segmentación impuesta por el feudalismo mediante una visión unitaria del sentido de la vida. Nuestra situación es inversa a ésta, hoy disponemos de una formidable integración geopolítica lo cual no quiere decir equitatividad, habrá equitatividad cuando la globalización implique integración de la diferencia al panorama de la unidad. Hoy disponemos de un panorama extraordinariamente rico en términos de interdependencia geopolítica y de una formidable fragmentación del conocimiento. No disponemos de una cosmovisión, tenemos especialidades, somos especialistas, hombres del fragmento, hombres del segmento, cada uno en lo suyo. ¿Y del conjunto qué?. Alguien se ocupará pero no sabemos bien quién. La universidad tal vez, de todos modos uno tiempo para todo no tiene. Uno debe ocuparse de lo suyo y dentro de lo suyo cada vez hay más que aprender de modo que dejemos el problema de la orientación del conocimiento a alguien. Ya vendrá, decimos, y sabemos que no vendrá si no lo producimos, si no producimos una cultura universalista, universitaria, capaz de integrar el segmento como expresión de una totalidad, como tantas veces se ha reclamado. Sólo entonces el concepto de mundialización implicará un contenido democrático. Y la última instancia que creo que vale la pena esbozar es la
que atañe al problema de la guerra. También durante centenares
de miles de años los hombres han combatido para exterminar al enemigo,
han tratado de sobrevivir a ese exterminio para declararse vencedores.
En las condiciones virtuales de tecnología bélica del presente
corre peligro la supervivencia de la figura del vencedor. Si la tecnología
de punta en el campo bélico se despliega en su total potencial no
habrá vencedor. Dicho de un modo sarcástico: es preciso que
sigamos matándonos con una tecnología menos desarrollada
para que pueda sobrevivir la figura del vencedor. La fuerza bruta no condice
con la subsistencia del hombre. Tal vez no podamos impedir nunca que los
hombres sigan matándose, pero es nuestro deber elemental descubrir
que del lado de la fuerza puede estar la potencia pero no la lucidez.
Ing. E. Lauría Agradezco la distinción que me han conferido al hacerme integrar esta mesa, y digo lo siguiente: la ciencia y la tecnología (esto lo deduzco de lo que leo en el libro) no constituyen más temas cuyo tratamiento corresponde con exclusividad a los científicos y a los ingenieros. Sus logros han penetrado profundamente en el quehacer social generando una verdadera simbiosis entre sociedad y tecnociencia y dándole a la sociedad un perfil totalmente diferente del que exhibía en siglos pasados. De ahí que en el mundo globalizado el impacto de la tecnología debe analizarse a partir de múltiples enfoques: el enfoque filosófico, el ético, el económico, el social, el teológico. Justamente es lo que ha quedado plasmado en el libro que hoy se presenta públicamente. Pero asimismo ha dado lugar a que se me ocurran algunas otras consideraciones. Si se invierte el sentido del análisis puede observarse que la profunda transformación de la sociedad inducida por acción de la tecnociencia ha provocado, en virtud de un universal principio de acción y reacción, cambios substanciales en los principios y conceptos básicos que sirven de sustento a la ciencia y a la tecnología. Por ejemplo, la existencia de límites en todos los aspectos y actividades de la vida social es una idea acerca de la cual existe clara conciencia en todos los individuos integrantes de la sociedad. Es decir, como miembros de la sociedad nos encontramos con límites en todos los órdenes, límites en la vida, límites en lo que podemos hacer, en lo que podemos viajar, los límites son justamente una constante. Sin embargo en el área de la ciencia, en el siglo XX, que es el siglo de la interpenetración entre sociedad y ciencia y tecnología, dicho panorama cambia significativamente. La física que de alguna manera es central en las ciencias naturales, vio el surgimiento de dos notables teorías: la teoría de la relatividad de Einstein y la teoría de los cuantos. A partir de entonces las investigaciones y los hallazgos en física teórica y experimental han sido incesantes y asombrosos en temas tales como la mecánica ondulatoria, la física de las partículas elementales, la astrofísica y la cosmología, pero simultáneamente y aunque parezca paradójico, esos mismos avances sorprenden por su inesperada capacidad para poner límites a los valores de algunas variables físicas o al ámbito de validez de sus leyes y métodos. Esto sí es nuevo en la historia de la ciencia. Voy a citar algunos ejemplos. La teoría de la relatividad postuló la existencia de un último límite a todas las velocidades: la velocidad de la luz en el vacío, trescientos mil km/segundo. En los espacios subatómicos, en la Tierra o en cualquier remota galaxia la naturaleza tiene en la velocidad de la luz un límite definitivo. No dejó de causar cierta perplejidad cuando Einstein lo enunció como postulado de su teoría en el año 1905. En el área de la física cuántica el principio de incertidumbre enunciado por el físico alemán Heisenberg en 1927 estableció un último e insuperable limite a la precisión con la que puede conocerse el estado de los sistemas subatómicos: es imposible conocer con precisión y simultáneamente la posición y la velocidad de una partícula física elemental, por ejemplo, el electrón. Si se conoce la velocidad con precisión no se conoce la posición y si se conoce la posición no se conoce la velocidad. Esa incertidumbre enunciada por Heisenberg alude a una dificultad esencial, no es superable por ningún progreso técnico concebible en los instrumentos, en la instrumentación de la física. La enunciación de este límite fue sorpresiva y no dejó de provocar rechazo porque al introducir la incertidumbre en la ciencia necesariamente tenemos que ir a las probabilidades, las enunciados no son certeros sino que son probables, por lo tanto esto provocó un rechazo casi visceral nada menos que en Einstein, que dijo: “Dios no juega a los dados” En tiempos más recientes a partir de la década del 60 la teoría del caos ha puesto límites a la predecibilidad supuestamente ilimitada de la física clásica. No obstante se demuestra, sin desmedro de la plena vigencia de las leyes clásicas y modernas de la física, que es imposible predecir la evolución de los fenómenos naturales más allá de un cierto límite de tiempo, denominado horizonte predictivo. Tal vez el primer científico que se dio cuenta de esto fue un estudioso de la física de la atmósfera terrestre, el meteorólogo Lorenz, que conocía a fondo el tema, y que trataba de predecir las evoluciones probables de la atmósfera como sistema y hacer en consecuencia pronósticos del tiempo. Observó que pasaban cosas como las siguientes referentes a las predicciones sobre evoluciones futuras a partir de cierto estado inicial de la atmósfera: si él variaba ligeramente el estado inicial el pronóstico salía totalmente diferente de lo calculado con anterioridad, incluso dio origen a una imagen. Dijo “si hago un cálculo de la evolución del tiempo y después lo repito e introduzco en la repetición el aleteo de una mariposa en Tokio esto va a resultar en una tormenta en California, que con el primer cálculo no se daba”, es decir, las pequeñas diferencias se traducen en la practica en grandes diferencias. ¿Qué importancia tiene esto?. La importancia es relativa al sistema físico del que hablemos; si hablamos de los pronósticos meteorológicos el horizonte predictivo es de días. Nosotros leemos el pronóstico todos los días en el diario y sabemos que por dos o tres días puede verificarse bien, más no. En cambio en los pronósticos de evoluciones futuras en el campo astronómico el pronóstico puede llegar a decenas o cientos de miles de años, es decir, que el horizonte predictivo es distinto según el sistema. Pero siempre hay un límite que en la ciencia clásica newtoniana, en la mecánica newtoniana, no existía. Pero en la ciencia moderna sí. La tesis que trato de exponer, que probablemente no sea más que una hipótesis, es que ha habido una interpenetración entre sociedad y ciencia. La ciencia con su ahijada actual, la tecnología, ha producido cambios fundamentales en la sociedad, pero la sociedad parece que le devuelve a la ciencia una reacción simétrica, porque conceptos que eran básicos y comunes y comprensibles en la sociedad ahora están ingresando en la ciencia. En síntesis, en la fuerte interacción entre sociedad y tecnociencia se han producido cambios substanciales en ambas que las han tornado irreconocibles vistas desde las perspectivas de los siglos anteriores. Esta conclusión tiene una importante consecuencia: la cultura concebida como la reunión de las actividades creativas de la sociedad. Según una definición de mi amigo, escritor e ingeniero José Isaacson, la cultura debe integrarse con sus dos grandes vertientes, las humanidades, por ejemplo literatura, y las ciencias, ciencias naturales y matemática, y este ciclo de conferencias y paneles que ha quedado documentado en el libro que hoy se presenta es en cierta medida una muestra de este concepto de la cultura integrada. Es lo que quiero sobre todo destacar: la integración. Hasta no hace mucho la ciencia era una cosa secundaria, hasta hace pocos siglos era poco más que un oficio, y cultura eran la filosofía, las humanidades. Las ciencias y la tecnología, incluso en universidades de países europeos, tardaron tiempo, muchos años, en entrar en ese nivel. Las cosas han cambiado, sociedad, ciencia y tecnología se integran. En consecuencia, tal como aquí me animé a señalar, se influyen mutuamente. La ciencia y la tecnología han influido modificando básicamente toda la instrumentación de la sociedad pero la sociedad parece ser que está influyendo nada menos que conceptos básicos y fundamentales de la ciencia y de la tecnología. Para no ser aburrido ni abstracto no cité cómo están cambiando las cosas nada menos que en matemáticas; ahí han aparecido una serie de teoremas y enunciados que han provocado efectos revulsivos en muchos matemáticos. Pero ante la lógica de la demostración y la rigurosidad con que han procedido los que así lo propusieron no queda nada más que aceptarlos. Voy a citar un caso: el del célebre matemático inglés Alan Turing, que ya en los años 30 estaba elaborando lo que se llama la teoría de la computabilidad, antes que se inventaran las computadoras. Algunos lo consideran una de los tres o cuatro personalidades científicas más profundas del siglo XX. Él descubrió que la gran mayoría de los números no son computables. Por empezar se habla de números reales, que son aquéllos que tienen una parte entera y cuya parte decimal tiene infinitas cifras. Computables quiere decir que hay un procedimiento numérico, un algoritmo como se dice en términos más estrictos, que llevado a una computadora va calculando todas las cifras de ese número. Para el número pi existe un algoritmo y con él se han calculado miles de millones de cifras. En el caso de pi están tratando de investigar si es un número periódico. Se construye un número no computable de la manera siguiente: se inicia con cero y una coma y luego se utiliza una ruleta con diez dígitos, del cero al nueve. Se tira la bolilla y sale un siete, primer dígito decimal, se repite el juego, es el segundo dígito; y así seguimos hasta el infinito. ¿Hay manera de calcular ese número por computadora? Imposible. La enorme mayoría de los números reales no son computables, según demostró Turing. Y hay cosas en matemática más abstractas todavía, que hacen que la ciencia en general se haya encontrado con límites que eran imposibles de prever en el siglo XIX y los tenemos en el siglo XXI. Justamente, la ciencia y la tecnología han penetrado
profundamente en la sociedad, pero parece ser que la sociedad no queda
inerte, sino que devuelve por acción y reacción el impacto
provocando cambios profundos, verdaderos temblores, en la ciencia y en
la tecnología.
Dr. V. Massuh Estimados amigos, antes de intervenir en este diálogo que ha tenido protagonistas verdaderamente privilegiados, lo que ha hecho que esta reunión se convierta en una fiesta de la inteligencia, quiero extender un testimonio de felicitación al Dr. Guillermo Jaim Etcheverry aquí presente que acaba de ser incorporado a la Academia Americana de Ciencias y Arte de Boston, que es la Academia más tradicional y de más prestigio en el ámbito de la cultura en los EE.UU. y también en comparación con otros países. Esta incorporación no solamente honra a Jaim Etcheverry sino a todos los argentinos. En el libro que hoy presentamos sorprende favorablemente la coexistencia de enfoques distintos. Examina este libro el impacto tecnológico en el mundo contemporáneo pero echando luces que vienen tanto de la ciencia como de las humanidades. Las voces de técnicos, ingenieros y científicos alternan con la de educadores, teólogos y filósofos. El diálogo es fecundo, original, exigente, porque se ocupa de un desarrollo tecnológico rotundo que predomina en nuestros días, un desarrollo triunfalista que no es un fenómeno de época, es decir epidérmico y ante el cual se puede pasar de largo con la displicencia de quien está ubicado en un limbo ahistórico. Se trata nada más y nada menos este desarrollo tecnológico del eje en torno al cual gira la civilización actual, es el tema de nuestro tiempo y ninguna voz responsable debiera ser desoída. Haber logrado este encuentro sinfónico es un mérito inocultable de las jornadas organizadas por el Centro Argentino de Ingenieros y cuyas exposiciones fueron reagrupadas en el libro que hoy se presenta. No se me escapa el aporte decisivo del Ing. Conrado Bauer y de los colegas que lo acompañan en esta tarea multifacética: ellos tuvieron en cuenta a participantes venidos de medios teóricos divergentes pero comprometidos con el núcleo del problema: se trataba de abordar el desafío tecnológico en dos direcciones distintas, la del mundo globalizado por un lado y la de nuestro país por otro. Ambas perspectivas fueron asediadas con cuidado por lo mismo de estar estrechamente implicadas. Fue muy grato constatar que cuando se pasaba de una perspectiva a la otra, esto es de la internacional a la local, la reflexión mantenía siempre un nivel que daba muestras de la madurez alcanzada por el pensamiento argentino. Pese a la gravitación colosal alcanzada por la tecnociencia en nuestros días y que ha destacado muy bien el maestro Eitel Lauria en su exposición reciente, fue interesante constatar que la mayoría de las exposiciones coincidieron en valorizar la búsqueda y la adquisición de conocimientos como el núcleo del progreso social. No se debe poner límite al afán inquisitivo de la mente humana obviamente, lo que sí destacaron algunos textos es que la utilización de esos conocimientos debía estar sometida a criterios y regulaciones ético-jurídicas que limiten su arbitrio. La tecnociencia no pondrá freno a sus búsquedas -esto sí es cierto- pero sí vigilará sus realizaciones -esto también forma parte de su destino-; tal vigilancia sería tanto más recomendable cuanto mayor fuera su expansión. El horizonte de su crecimiento es tan vasto que es preciso familiarizarnos con la idea de hacer del hombre técnico un ser sensible a las repercusiones sociales de su propio comportamiento. Es él mismo quien deberá ser el protagonista de una auto regulación moral o cultural, no deberá esperarla desde afuera como una imposición de la sociedad o del Estado. Páginas excelentes de Juan José Sanguineti, Guillermo Jaim Etcheverry, Ricardo Crespo y Guillermo Ranea hallaremos en este libro sobre lo que acabamos de decir pero a lo largo de las diversas intervenciones campea mas bien una confianza en el desarrollo tecnológico y en una ingeniería volcada en la creación de obras, instrumentos y bienes que enriquezcan el paisaje natural y multipliquen los recursos humanos. Sin desarrollo material, vienen a decir con bastante acierto, no hay extenso progreso espiritual. Insistir en una filosofía de lo colectivo que excluya uno de estos dos términos, insistir en la oposición entre las llamadas dos culturas, es optar no sólo por el atraso sino ponernos de espaldas a nuestro tiempo, es no comprender los signos más audaces de la civilización contemporánea. Diversos textos del libro que comentamos promueven una visión del mundo que reconozca en el avance tecnológico un aliado mayúsculo del espíritu humano y que éste, el espíritu, no desconfíe de aquél ni ceda al resentimiento por su hegemonía arrolladora. Es preciso advertir que en nuestro país debemos contar con ese avance para dinamizar una economía que vincule al capital con el conocimiento y a éste con el trabajo, consolidando de este modo su grandeza. Ya es un lugar común señalar que el poderío de una nación esta dado por el número y la calidad de sus científicos e ingenieros y por el arraigo de una actitud mental que haga del conocimiento el germen de un producto, de una innovación, de un acto concreto que mejora recursos y acepta el desafío de la competitividad y la confrontación con las realizaciones de los países mas avanzados. El examen y la ponderación de esos aspectos del desarrollo técnico como condición del crecimiento argentino en un mundo globalizado dieron lugar a las excelentes aportaciones de Tulio Del Bono, Roberto Echarte, Eitel Lauria y Vicente Donato. Ellos consideran que la entrada de la Argentina en la alta tecnología no necesariamente diluye su identidad, al contrario acentúa su presencia en un mundo del que decide aprender sin desintegrarse en él al punto de perder autonomía. Es la aceptación de un desafío. La tecnología y sus avances en el orden del progreso material son un modo de ser exigido por la dinámica de la civilización contemporánea, es sabiduría del propio país hallar el espacio donde él sea más creativo sin enajenar sus valores y sus tradiciones. En un libro abierto a las principales temáticas de la tecnociencia no podía faltar la meditación sobre sus límites, sobre el modo en que ella aborda sus propias desmesuras como paradigma dominante de una civilización. Adecuadas reflexiones se dieron en las palabras de Sanguineti, Crespo, Bendinger, Lucio Florio, José Ignacio López y en la mía propia. Se llamó en estas exposiciones la atención sobre los vínculos de la tecnociencia y la ética, la tecnociencia y la educación, la teología y la sabiduría, se conjeturó sobre la posibilidad de que la tecnociencia pueda abrirse a lo que vive más allá de su esfera. Para algunos la técnica se niega a sí misma al caer en su desmesura, así como la ciencia pierde fisonomía al complacerse en el cientificismo. ¿Qué es el cientificismo?. Una radicalización del conocimiento científico, una absolutización, la certeza de que a la realidad se accede sólo por las vías de una ciencia, actitud que equivale a estrechar el margen de acceso a la realidad. La realidad siempre es más amplia que el abordaje permitido por una determinada disciplina. Cuando el científico pierde el sentido de los propios limites se convierte en cientificista, esto es, en un hombre que delira con la ciencia pero no la practica razonablemente como científico. En alguna página de este libro llamé la atención sobre el hecho de que en general grandes innovadores en la investigación científica tuvieron una clara idea de los limites de la propia disciplina, al punto de ser receptivos a los mensajes que desde el exterior vinieron del arte, de la ética, la filosofía e incluso de la religión. Estos fueron los casos de Einstein (citado por Santiago), Max Planck, Schrödinger, Heisenberg, Niels Bohr e Illia Prigogine entre otros grandes, quienes fueron científicos no cientificistas porque tuvieron el oído alerta a voces venidas de una realidad más vasta y misteriosa que la acotada por la propia disciplina. Para terminar quiero señalar lo siguiente: poder recordar estas
cosas hoy, estos límites, y hacerlo como lo hizo Eitel Lauría
recientemente hoy, en las horas triunfales de la tecnociencia, no es un
mérito menor de esta excelente obra realizada con toda solvencia
por el Centro Argentino de Ingenieros.
Ing. C. Bauer Hemos llegado al final de esta presentación. En el Centro Argentino de Ingenieros estamos muy complacidos por haber podido llevar adelante la iniciativa de realizar las reuniones de agosto de 2003, la publicación del libro que las refleja, y este encuentro de evaluación. Evidentemente el brillo de la inteligencia y la profundidad del pensamiento de los oradores han estado simultáneamente acompañados por la generosidad de exponerlos a todos nosotros y de provocar también nuestra reacción para internarnos, como dijo Santiago Kovadloff, en nuevas incógnitas y nuevas preocupaciones, en nuevas etapas de un pensamiento más avanzado. Nuestro objetivo se ha cumplido. Estamos orgullosos al haber podido recibir una presencia tan relevante en esta mesa, y muy agradecidos por la preocupación y el compromiso que han compartido los distinguidos panelistas para analizar el contenido y evidenciar la significación del libro sobre “El desafío tecnológico en el mundo globalizado”. |